martes, 15 de julio de 2008

El Sacerdote (segunda parte).

II


Las vacaciones de verano habían comenzado ya desde hace tres semanas atrás y yo pasaba por una racha de ideas tontas que daban vuelta en mi cabeza a todas horas; me hacía preguntas estúpidas sobre casualidad o causalidad y mis pensamientos y decisiones se anclaban fuertemente en la incertidumbre. Llegué al punto de perderme entre las calles sin rumbo alguno, y tomé atajos, calles desconocidas a horas inoportunas para aventurarme entre el espacio y romper las reglas del tiempo. Busqué el destino perfecto, escudriñé señales en el pavimento y construí rutas inesperadas.
En realidad no tenia nada que hacer y eso me estaba matando; ya ni las notas improvisadas del piano, los libros que dejé incompletos o las películas empezadas en la televisión calmaban mis ansias vacacionales. La solución era un buen trabajo pero todo terminó en solicitudes tiradas a la basura y llamadas en espera que nunca llegaron. Hasta que un día las cosas se tornaron diferentes.
Fue un Sábado por la noche, aún lo recuerdo bien. Estaba viendo una película en la televisión por cable y comencé a tener esa sensación de “grande-chico” que empieza en mi cabeza y termina por afligirme el pecho. Es algo así como estirarse y volverse a contraer mientras pasa por mi mente la imagen de un chorrito que se hace grandote y se hace chiquito. En realidad no padezco algún tipo de trauma, brote psicótico, o síndrome del chorrito que se haya desatado en mi infancia por una situación de conflicto en la que no le llegué a la catarsis. No, no que yo lo sepa, por eso intenté hacer caso omiso. Sin embargo esta vez me sentí diferente, muy hueco por dentro y con una sensación de flotar en el espacio; entonces lentamente caí en la incertidumbre de nuevo. De pronto sentí la necesidad de buscar, o quizá, de encontrar algo. Era de noche y caminar por el centro de la ciudad no creí que fuera una buena idea, entonces opté por la Internet.
Apagué el televisor, la película empezada acabó sin final otra vez, encendí el procesador y me instalé en la web inmediatamente. Ya estando en una sala de chat local me dispuse a exponer al querido público mis ganas de charlar con un pequeñito menor de 14 años, pero lo único que recibí fueron calurosas bienvenidas de algunos cibernautas. “El_vergón_18”, cansado, decidió salir luego de que sus “chingatumadre” no tuvieron respuesta pero “PNetrame” y “solito_casa” seguían opinando al respecto. Yo sabía que esto era inútil y que mi obsesión por crear momentos inesperados había ido demasiado lejos. Realmente lo sabía, era sábado por la noche, era una sala de chat local y el ambiente era asfixiante y caluroso, justo la combinación perfecta para atraer a dos tipos de personas: los que buscan por la necesidad de tapar un chorrito que se hace grande-chico en la incertidumbre y los que buscan por la necesidad de encontrar donde pasar la noche y coger con desconocidos. Y, al parecer en esta ocasión yo iba por la primera opción.
– tu qué pinche pedófilo de mierda... quieres cosas prohibidas? – Respondió “el_sacerdote” con aires de sarcasmo.
– quiero platicar un rato, ¿conoces a alguien?...
– pues vamos por algunos a la loma o que pedo, sino di a perdis saca las fotos !
– jajaja, quieres fotos? , pues no las regalo, las cambio. – Intenté demostrar que yo realmente sabía de lo que hablaba, y para ello, con un control-c control-v coloqué la dirección URL de una página boylove que contenía fotos eróticas de menores modelando –.
Al cabo de unos instantes “el_sacerdote” me escribe en privado y pide mi correo electrónico.
– ya sé que eres BL.. – Dice mientras exige a toda costa mi correo.
Lo acepté entre los cientos un mil contactos que tengo en mi lista y charlamos un par de horas más. La conversación cayó primeramente sobre algunos sitios de Internet divertidos y terminó con magníficos comentarios sobre los videos de la “blue orchid”.

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