jueves, 30 de julio de 2009

El taller mecánico.


De pronto llegamos a una especie de taller mecánico grandísimo, sabía que ya era muy tarde pues nunca fallo en el cálculo del tiempo, además, habíamos recorrido un largo camino de tierra entre matorrales y neblina.
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Entonces me bajo del coche donde venía con no se quién chingados y me arriesgo a entrar en la fiesta pero hay un pequeño problema; al parecer no fuimos invitados yo ni mis desconocidos del carro. De pronto reconozco al wey de chamarra negra de chopper quien se acerca y me da un abrazo, es ahí cuando los mamones de la puerta me la pasan a pelar y me adentro en el oscuro mundo de esa fiesta fantasmal.
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El ambiente es fresco y seco, hay una pequeña lámpara de luz amarilla en la entrada y otra de luz blanca con mayor intensidad al fondo. El piso es de tierra con piedritas y tiene grasa, pero es raro, ningún coche desconchinflado veo alrededor, ni siquiera el perro guardián de cualquier taller mecánico existe ahí.
Sigo caminando hacia adentro y no se por qué.
De repente hay bolitas de personas con atuendos negros charlando entre ellas pero no puedo escuchar lo que dicen. Al fondo una especie de rectángulo blanco pintado en el suelo y una tarima con gradas alrededor me esperan.
Me acerco a los pocos que observan el escenario y de pronto sale el actor: ¡vaya sorpresa! ¡yo le conozco!

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Toma el micrófono entre sus manitas y comienza a recitar el poema. La gente se ve desinteresada mientras toma de su cerveza, yo me acerco un poco más y el tiempo se detiene. Su voz me paraliza; en realidad aún no puedo recordar lo que dijo con exactitud, pero puedo sentirlo. Es como cuando los sueños; en la mañana los recuerdas por pedacitos pero al final del día solo te queda una sensación: un miedo, una angustia, una felicidad!, digo, depende del tipo de sueño. En fin, en ese momento tuve una sensación de plenitud y tristeza, es entonces que el pequeño termina de recitar y hecha una mirada alrededor. Hay un momento de silencio que me come el alma, tengo unas ganas enormes de aplaudir y gritar pero no me atrevo. El público sigue cachando moscas y bebiendo cerveza. Pasan unos 5 segundos y entonces ellos reaccionan con abucheos, en cambio yo grito de desesperación y alegría. El chamaquito hecha una mirada al suelo y baja por las escaleras traseras. Yo corro hacia él entre el montón de camiseta-negra que cuidan su vaso como su culo. El niño de atuendo blanco sigue llorando, llora mientras baja las escaleras de atras. Me acerco a el y me agacho para darle un abrazo y de pronto, la plenitud a la máxima potencia.
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Son las 6,15 am. en la alarma de mi reloj y me levanto para ir a mi trabajo vacacional. Le hecho un vistazo a las actividades que pondré a los niños pues la noche anterior no pude preparar nada por flojera. Me hecho un buen baño y salgo de casa con una sensación de plenitud, sí, de plenitud y tristeza, justo como sucede en los buenos sueños.

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Vlado Petric.

jueves, 16 de julio de 2009

El erick

La última borrachera que me puse fue en casa de erick.
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Recuerdo que esa tarde nadie me hizo jalón para tomarme mis respectivas cervezas sabadeñas, el reloj se aceleraba convirtiendo el día en noche y no quice terminar pisteando solo en la cantina mas bara de la ciudad -al menos no en esa ocasión- por lo que finalmente me hice a la idea de comparir tiempo y espacio con el famoso freaky reprimido de los videojuegos, el anime y los pequeños diablillos.
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Sinceramente su casa, que es como una especie de matriarcado, me da algo de miedo: "¡Erik traeme el control de la tele!", "¡Erik no barriste bien la sala!", "¡Erik y las cebollas que te encargue?" Erick y erick y erick es el cuento de nunca acabar con su madre. Dadas las circunstancias que había vivido anteriormente en su hogar tuve que tomar otras alternativas, entónces me preparé con unas ballenas en la mochila, toqué el timbre de su casa e hice de mis pocas habilidades persuasivas para que inmeditamente nos instalaramos en su cuarto y pusieramos seguro a su puerta. Finalmente funcionó, así ya no hubo interrupciones matriarcales.
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El erick siempre termina contandome sus broncas, y para no perder la costumbre esa noche la platica giró entorno a la impotencia que siente de amar al padilla, el chico de la esquina de su casa a quien todas las tardes sin escepción alguna lo tiene en la cama de su habitación jugando videojuegos de xbox.
Erick tiene 27 años, es soltero y tiene un trabajo inestable, un cuarto bien equipado con muchas consolas de juegos y una mega pantalla de sabe cuantas madrales de pulgadas; pero, en el fondo sé que es un chiquillo de 10 atado a la autoridad materna que se juega en casa.

Es por esto y por aquello que no ha sabido desarrollar consciencia alguna de su situación. Ni siquiera creo que le interese. Él con sus domingos futboleros, las chambas inestables, las visitas de padilla y los quehaceres hogareños que le impone su madre es totalmente feliz.
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Es triste su situación y supongo que yo soy el único que le escucha y le conoce su rara y extraña tendencia amorosa que tiene hacia con los preadolescentes. Recuerdo que esa vez la platica se volvió larga y tediosa para mí, terminó de contarme toda su frustración hacia con padilla como a las 3 de la madrugada y el pobre no paraba de intentar apagar la bachicha apagada del cenicero.
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Admito que normalmente cuando asisto a su casa mi finalidad es terminar ebrio. Admito también que siento un repudio hacia su forma de ser, que me harta su terquedad de hablar toda la noche del niño que ama, que odio su vulnerabilidad hacia con su madre, que detesto cómo sus pláticas son totalmente pausadas, fuera de serie, y que duran eternidades! ..pero, en esa ocasión había un brillo en sus ojos...
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Su vida es patética, yo sabía que era totalmente patética -en toda la extención de la palabra y con el uso malequivocado que le damos coloquialmente- esa su situación de desear sentimentalmente al pequeño quinceañero que en el fondo, en el fondo ni lo hace en la vida, pero, esta vez había un brillo cristalino en sus ojos mientras me contaba...
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Finalmente terminé por despedirme, no dije nada, estaba harto de escucharlo toda la noche pero en el pecho una sensación incontrolable de empatía me hacía eco.
Salí de su casa, le dejé la última ballena a medias, el piso se me movia un poco y mi camiseta olía a cigarro, un suspiro salió desde mi garganta, le di una palmadita en el hombro y me fuí...
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Creo que la próxima vez que no tenga donde emborracharme optaré por su casa, al fin y al cabo el siempre me abre las puertas.
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Esta,
su situación,
me conmueve un poco que termina por revolverme el estómago,
pero el erick, es compa el erick.

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